sábado, 9 de marzo de 2013

El Cartoonero: La Epopeya de Marizzo, el Mercenario (Fierro 76)

En la diaria gesta de aquellos que no se resignan a la caída de la Historieta, tal vez la historia del prestigioso dibujante Ezequiel Marozzi se encuentre entre las más conmovedoras por su mensaje de auto-sacrificio y nobleza.

Creía el autor de obras maestras como Argos, el Incansable y Jack, de Ninguna Parte, que el género historietístico no sólo podía volver a los históricos guarismos de venta y consumo de décadas pasadas, sino que era una obligación de todos hacer lo posible para lograrlo. A mediados del 2009, reflexionando en el hecho de que las publicaciones antológicas o ediciones de lujo sólo nucleaban a un pequeño círculo de aficionados entró en una crisis personal. Peronista de raza y de origen humilde, estaba convencido de que el arte sólo tenía sentido si era consumido por las masas proletarias o medias, en lugar de intelectuales, colegas o estudiantes ciencias de la comunicación. Mientras ahogaba estas angustias en el alcohol y la masturbación, leyó un burdo chiste gráfico en una vieja edición de la revista Azúcar, Pimienta y Sal (publicación del año 1977 que exhibía fotos de señoritas ligeras de ropa) y tuvo una suerte de revelación.

El chiste (ambientado en un consultorio de dentista y que no contenía más gracia que el inquietante dibujo de una enfermera rubia con senos desproporcionados) salía prácticamente como relleno en una revista cuyo principal atractivo era otro; pero el suficiente atractivo como para vender, en su momento, 37.000 ejemplares semanales: Es decir, 37.000 lectores que aunque fuera de reojo eran expuestos a una de las formas del noveno arte.

Estos 37.000 lectores no hubieran comprado ni bajo amenaza de muerte una revista de historietas o un libro en tapa dura de 300 mangos, por muy prestigioso y consagrado que fuera su autor, pero sin darse cuenta habían consumido una viñeta de humor gráfico; habían sido transportados al mundo de la historieta casi compulsivamente. Con su modesta obra, el humorista Choborri –autor del chiste de la enfermera- había logrado algo más productivo para el género que todos los Pratts, Breccias y Muñoces juntos.

Nace un Guerrillero del Cómic

Marozzi rescindió sus contratos con diversas editoriales europeas y discontinuó la serie que estaba iniciando con el gran guionista Carlos Sampayo. En la parrilla de su casona de Lanús quemó todos los libros de lujo y publicaciones prestigiosas, para luego raparse la cabeza (un acto más bien simbólico, ya que estaba completamente calvo) y anunció a sus hijos y colegas más cercanos que el viejo Marozzi había muerto: estaban ante “Marizzo, el Mercenario”. Su meta: Salir a la caza de los nuevos lectores de historietas, en lugar de satisfacer el “gusto masturbatorio de los cuatro plomos que me leen” (sic).

Como si recién iniciara su carrera, recorrió carpeta en mano publicaciones de los más variados temas de interés, con la única condición de que no fueran revistas de historietas: política, chismes, sexo, computación, actividades rurales, tango, submarinismo, veterinaria, medicina y numismática: En cada entrevista presentó una brillante historieta sobre el tema. Cuando le explicaban que no tenían presupuesto para ese contenido, ofrecía trabajar gratis. Si no les interesaba, insistía, suplicaba, se ponía agresivo y hasta ofrecía algo de dinero. Para Marizzo, el Mercenario, nada era suficiente con tal de captar lectores.

Algunos sorprendidos editores argumentaban que los dibujos y argumentos de Marizzo eran demasiado sofisticados para el público de su revista. El autor entonces contraatacaba con estilos considerados más potables (“pedorros”, como explicaba crudamente). ¡En su obsesión, el tres veces ganador del Yellow Kid era capaz de sacrificar incluso sus altísimos estándares!

Resumiendo, en pocos meses Marizzo estaba publicando en unas treinta publicaciones especializadas en diferentes temáticas, claro que en detrimento de su prestigio, su prosperidad económica y sobre todo su salud. Un infarto lo sorprendió mientras terminaba una viñeta de Cacho, el Caño de Escape para la revista Moto Chabones. En la terapia intensiva del Hospital italiano, le susurró a su hijo mayor: “Si he logrado reclutar un solo lector a las filas de la Historieta, esto ha valido la pena”.

Su gesta parece haber dado algunos frutos: Meses después de su muerte, veintisiete de las publicaciones donde colaboraba quebraron, ya que sus lectores ahora extrañaban “los chistes esos de Marizzo, qué buenas minas que hacía”. Las maldiciones de los editores aún se escuchan.


Viñeta de Cacho, el Caño de Escape